
PADRE UBÚ: En primer lugar, reformaré la Administración de Justicia. Luego procederemos con la Hacienda.
ALGUNOS MAGISTRADOS: ¡Nos oponemos a cualquier cambio!
PADRE UBÚ: ¡Mierdra! Para empezar, no se volverá a pagar a los magistrados.
LOS MAGISTRADOS: ¿Y de qué viviremos? No tenemos rentas.
PADRE UBÚ: Os quedaréis con el importe de las multas que impongáis y con los bienes de los condenados a muerte.
UN MAGISTRADO: ¡Horror!
OTRO: ¡Infamia!
OTRO: ¡Escándalo!
OTRO: ¡Indignidad!
TODOS: Nos negamos a juzgar en semejantes condiciones.
PADRE UBÚ: ¡A la trampa con ellos! (Intentan defenderse en vano)
MADRE UBÚ: ¿Qué haces, Padre Ubú? ¿Quién impartirá justicia ahora?
PADRE UBÚ: ¡Toma! Yo mismo. Verás lo bien que marcha todo.
MADRE UBÚ: Sí, será lo propio.
PADRE UBÚ: Calla de una vez, torpe… Ahora, señores, procedamos con la Hacienda.
LOS HACENDADOS: Nada hay que cambiar.
PADRE UBÚ: ¿Cómo que no? Lo cambiaré todo… En primer lugar, me quedaré para mi peculio con la mitad de los impuestos.
LOS HACENDADOS: ¡Casi nada!
PADRE UBÚ: Tranquilos, señores. Estableceremos un impuesto del diez por ciento sobre la propiedad. Otro sobre el comercio y la industria, un tercero sobre los matrimonios y un cuarto sobre las defunciones, estos últimos de quince francos.
PRIMER HACENDADO: Eso es estúpido, Padre Ubú.
SEGUNDO HACENDADO: Y también absurdo.
TERCER HACENDADO: No tiene ni pies ni cabeza.
PADRE UBÚ: ¿Os estáis burlando? ¡A la trampa con ellos?
(Se incendia a los hacendistas.)
MADRE UBÚ: De una vez, Padre Ubú, ¿qué clase de rey eres? Estás acabando con todo el mundo.
PADRE UBÚ: ¡Mierdra!
MADRE UBÚ: Ni Administración de Justicia, ni Hacienda…
PADRE UBÚ: No te preocupes, mi dulce niña. Yo mismo iré de villorio en villorio a colectar los impuestos.
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